MI AÑO 33

Fotografía: MLLaura

MI AÑO 33
Caracas, 2017

Fue un año extremo: enero me consiguió haciendo teatro, mi bolsillo ya mostraba rastros de desnutrición, mi ego tenía sobrepeso; viví sola en Caracas en un apartamento tipo estudio con un alquiler amable en donde juraba que tendría sexo incansable por los 365 días del año. En la pared reposaba un cuadro con una mujer semidesnuda que imaginé mi amante, (sí, ya saben lo que hice) y que en ocasiones veía acostada en mi cama matrimonial. La inflación era un dragón inmenso incinerando los ingresos de una obra que me llenaba el corazón, pero no el estómago. En esa pieza teatral protagonizaba e interpretaba el personaje de un niño que narra cómo a su hogar lo quiebra el alcohol y las drogas y a los 12 años dice: “Adiós a todos” y se va de su casa.


Después febrero me sorprendió haciendo stand-up comedy en microteatro, cené ron ese día (el ron que me dieron esa noche); sin embargo, los aplausos me alimentaron el espíritu, la fortuna era contar mi propio stand up con cinco funciones buenas cargadas de carcajadas.

Pero el alquiler amable empezaba a fruncir el ceño, la inflación mordía. Empecé a trabajar poniendo el agua en el edificio para que me pagaran por ello, porque los clientes a quienes les organizaba eventos yacían dormidos para ese mes. Me tenía que despertar a las 6 am todos los días, mi insomnio me odiaba; pero en la terraza… luego de abrir los tanques, me sentaba a mirar el amanecer y ver cómo cada edificio despertaba. (Sí, nacieron poemas vespertinos).

En marzo Madrid vuelve a presentar mi obra: “El olvido”, una pieza de microteatro que escribí en un taller de Antonio Tabares (dramaturgo español) y que volvía a estrenarse en España. Envidié mis propias líneas, ellas estaban allá. Yo rebaje 5 kilos, cenar bebidas instantáneas y fe era una dieta involuntaria, pero otra nueva noticia me engordó el alma: Gisela Kozac había elegido una crónica que publiqué en facebook para su libro que se bautizaría en Madrid, volvía España a picarme el ojo.

En abril le puse la renuncia al apartamento tipo estudio vecino de una ardilla que bauticé pepita, la inflación me había ganado la batalla. Me fui a una habitación en Macaracuay, una habitación mínima… pequeña como mi esperanza. La casera fue una señora menuda y de 84 años; igual de incómoda que mi situación financiera. Una señora llenita de normas, atiborrada de santos que quizás le aplacaban la soledad; todos los espacios que me había otorgado eran pequeños e incómodos, no tenía cable, ni tv. Mi cama era individual y colgaba de la pared una virgen oxidada (ya ven, magistral cambio) junto a un closet viejo y estrecho con una ventana llena de rejas y angosta. El primer día me sentí Piper (de Orange Is the New Black) entrando a prisión, mis ingresos eran retazos de escritora de una revista novata, de eventos esporádicos. Mientras el país se volvía protesta, las páginas “Bumeran” y “Empléate” me coqueteaban como coquetea una mujer fea pero segura de sí, tocaba rendirse. Después de diez años trabajando como productora y artista independiente, desempolvé mi currículo y lo eché en esas páginas con la intención de no ser llamada, sino que, mis clientes o las obras de teatro de pronto llamaran y me rescataran del naufragio. Nada pasaba en abril, fue espeso, lento, famélico. Recorría las calles con lágrimas, miraba las protestas, incluso la de mi propio estómago. La previsión nunca fue mi virtud, pero ese año la falta de ahorro y planificación me llevó al fondo. El país me mordió como muerde una hiena la carne muerta.

Para mayo me llamaron a una entrevista en una reconocida empresa cambiaria de Venezuela, me reí, no me veía en una casa cambiaria, en una estructura de banco. También en mayo el país se incendiaba, era un campo de batalla. Llegué a la entrevista y me dieron una planilla para llenar y había otra chica muy bien arreglada, como es típico de una entrevista para publicidad. Yo llegué en converse y chaqueta porque ese día me toco dormir donde mi hermana: las protestas y las bombas lacrimógenas no me dejaron llegar a Macaracuay, así que ya venía yo desarreglada. En la planilla decía otras habilidades y pensé: “Artista, eso es lo que soy en realidad” y otra Karlina me decía: “Ponte pragmática ¿quieres?, necesitas un trabajo, no una clase existencialista en este momento” y la otra yo contrapunteaba en mi cabeza: “Bueno, igual lo voy a poner, da igual que lo lean o no, pero lo pondré”. En medio de mi discusión interna llegó una señora elegante diciendo: “La dueña de la compañía desea entrevistarla”. Mientras caminaba seguía la trifulca en mi cabeza: “Coño, borra lo de artista que lo que le interesa es que sepas de mercadeo, publicidad y eventos. Aquí la poesía no cuenta, ni el teatro… te van a ver como inestable, hippie”. En un acto de rebeldía dejé lo que había escrito, entré, la dueña era como mi mamá versión millonaria: tenía una mirada dominante, y estaba muy bien vestida, a su lado su escolta financiera: es decir la gerente de administración.
“Me gusta su currículo porque es artista y porque ha trabajo mucho tiempo en eventos y promociones. Necesito una persona creativa”
Su energía y su reto me dejaron cautivadas, el miedo a cumplir un horario y pertenecer a una empresa tan estructurada me inquietaba, pero entré. La dueña me contrató sin más, me había puesto el reto de transformar el departamento y ese reto tenia quincena. Cuando llegué me asignaron el piso 3 y la oficina 33, una casualidad que me sorprendió, el mismo piso y el mismo número de la señora incomoda de Macaracuay, así que busqué el significado del número 33:
Como sucede con todas las vibraciones maestras, las personas con el número 33 atraen hacia sí las vibraciones cósmicas que inspiran a los verdaderos maestros y guías espirituales de la humanidad. Están llenos de ideas e inquietudes artísticas, intelectuales y espirituales, pero la más importante y la más fuerte de sus motivaciones será la del maestro que siente la necesidad de llevar sus conocimientos y su propia luz a los demás”
Mi nueva aventura: ser gerente de publicidad de siete hombres que estaban consumidos por la desidia, a varios de ellos no pude salvarlos y les pedí el cargo, aquellos en los que vi una ráfaga de productividad y entusiasmo, arribé mi optimismo en sus oídos y fuimos poco a poco limpiando el barco y poniéndolo en marcha. La estructura del horario que por supuesto no cumplí del todo me llevó de alguna forma a ordenarme. Mis bolsillos tomaron color, empezaron de pronto a llover llamadas para hacer toda clase de cosas: grabé un corto, y protagonicé una serie para televisión donde imitaba a María Corina Machado, mis bolsillos no solo agarraron mejor semblante, sino que se inflaron sonrientes de ganar dinero por artista, creativa, publicista, productora. De pronto, como buen mayo, llovían oportunidades, la moto la saqué de la clínica y como sagitaria, me sentía recorriendo el éxito en mi caballo de motor.

En julio el cine coqueteó, grabé otro corto, uno caracterizando a una maestra, mantenía el bolsillo y el alma nutrida; sin embargo, la soledad y la oreo eran mis compañeras, no había mujer que me alebrestara el cuerpo y ya venía doliendo tanta cama individual. En agosto celebre el año que cumplí de haberme ido del nido, pero también el fracaso de haberme presentado en un sitio de ambiente (sitios de GLBTI) con mi stand up comedy sin mayor éxito. Creo que, entre todos los fracasos, el mayor disparo ocurre cuando un chiste muere en el intento.

El país seguía haciendo de las suyas, no había amigos, ni lugar conocido, mis éxitos y fracasos parecía que flotaban en el aire como quien recoge los pies para mojárselos de agua negra. El piloto del programa de tv finalizó y con él, la gordura de mis bolsillos. Macaracuay seguía siendo incómodo, no sostenía mayor empatía con la señora, ella quería una nieta, yo solo quería una habitación.

Para octubre y como paliativo para mi fracaso en clave de comedia, llegó el diplomado de stand up comedy y la epifanía de la forma artesana en hacer chistes de pronto adquirió forma… como esa pieza que le faltaba al talento para encaminarse. Entonces el país halaba hacia la desgracia y las oportunidades artísticas hacia la luz, me volví a inscribir en la liga de la comedia y volví a perder, pero con la misma dignidad. No pude con mi contrincante, por no prepararme lo suficiente; de hecho, improvisé una rutina que debió estar preparada pero que igual gustó. Ahí comprobé dos cosas: primero, que el material era bueno y segundo, pude haber ganado de haberme preparado mejor (me odié).

El efectivo, el sueldo, ya no bastaba para una inflación mordaz, aún y cuando noviembre fue un festín de fiestas donde me pagaban por hacer reír. Mi trabajo seguía siendo mi novia fiel, el crecimiento del departamento se notaba, en el país todo empezaba a trancarse más, la moto volvió a caer herida y un repuesto era un lujo insostenible, la señora de Macaracuay no soportaba mi aislada forma de ser y yo ya no soportaba su universo de normas (más de una absurda), así que en diciembre llegó la frase esperada: “Disculpa necesito la habitación”. Tenía un par de dólares ahorrados para esa respuesta y poder buscar otra habitación. Lo bueno es que, al irme donde mi mamá de forma temporal y sin moto, se me hacia el trabajo más cercano… pero no tardó otro cambio en llegar: en mi trabajo cambiábamos de sede, ahora para Altamira, lo que me dejaba en sentido contrario en cuanto a dirección y transporte, viviendo al extremo de donde trabajo. Diciembre fue revuelto, y surgió una pregunta decisiva: “¿Me mudo a otra habitación o me mudo a otro país?” mire por un momento todo lo que había alcanzado: 34 años, actriz, comediante, productora, gerente de publicidad, escritora, con pequeños triunfos y pequeñas derrotas, y un libro impreso en el que incluyeron una de mis crónicas sobre el país que se bautizaría en España, España, España de nuevo.

Estaba en el limbo y de nuevo en el nido materno, padeciendo los embates de la patria, así que para enero ya había salido de la habitación 33 del piso 3 de Macaracuay y llegué al piso 5, el piso donde vive mi mamá. Lo mismo ocurrió en el trabajo “mañana nos mudamos” y salí también de la oficina 33 del piso 33 de la av. Urdaneta y nos mudaron al piso 5 de un edificio en Altamira. El significado del número 5 en numerología:
“El número cinco (5) vino a este mundo a lograr libertad. Necesita aplicar disciplina para encontrar su libertad interior y apertura mental. Se trata de un espíritu inquieto en busca constante de la verdad que nos rodea”.
Entre tantos cambios, el evento del bautizo del libro y un recuento de mis logros y de aquello a lo que debía renunciar, tomé la decisión: me iría a España. Antes de comprar el pasaje hablé con mi jefa y, para mi sorpresa, me extendió el contrato porque lamentaba que me fuera y me dejaría trabajar tres meses desde allá, esto aliviaba un poco la ansiedad de mi bolsillo que ahora pedía euros y esa extensión del contrato acariciaba poco, pero en euros. Compré el pasaje patrocinado por los ahorros de mi hermana y la generosidad de una amiga que tuvo toda la disposición para recibirme en su sofá de Madrid. Solté la noticia en la familia con el pasaje y la ansiedad.

Mi vieja lloró como se lloran las muertes: “Es un océano entero hija, yo sé que tú no eres mamieca pero después de un par de meses siempre venías por caraotas y ahora tan lejos… sin una fecha de retorno. Siento que te pierdo. Te pierdo hija”. Evité las tristezas, estaba en el momento práctico, guardé sus palabras en algún lado para recordarlas en tierra española. Me asustaba la deportación, tener el discurso listo para no ser devuelta, saber que debía en Euros, que no iba con invitación, que iba con poca plata y mucha fe, que me extendían el contrato, pero no por mucho. Que me esperaba un sofá, un señor llamado Pablo, novio de mi amiga y esa amiga con la que nunca había vivido.

No había pastilla que detuviera el insomnio. Mi hermana y mi sobrina eran, en el fondo, el dolor más grande. Apenas una bebé, mi sobrina; apenas sus balbuceos, mi sobrina; apenas meses, mi sobrina… y yo me iba sin fecha de retorno. Pero también dejé esa tristeza en algún lugar donde no estorbara a la practicidad.

Me ahorré el ritual de las fotos en el aeropuerto, tenía la psicosis de “te van a deportar, te revisan todo”. En mi familia las conversaciones eran sencillas, pero cargaban la tristeza de la emigración. Aunque soy la loca, la artista, la bohemia, y se me olvidan varios cumpleaños y no estoy en tantos otros, mi partida solo anunciaba muchas otras más; el cariño inmenso que me tienen y el adiós atorado en la espera de un vuelo incómodo y personal.

Mis tías intentaban mantener la cordura; los ojos eternamente tristes de mi mamá me acosaban, así que opté por no mirarla. Llegamos al momento donde cruzaría a esperar el vuelo, me mantuve ecuánime como si volvería el fin que viene. Los abracé a todos hasta que llegó el abrazo que me quebró: mi hermana, justo al lado de mi sobrina y su coche.

Mi hermana lloró como se llora a un hijo, porque en el fondo, por ser la pequeña, la loca, la artista, siempre he sido su hija y ella mi madre y a veces yo he sido su padre y ella mi hija. A veces amigas y siempre hermanas y juntas: “Tú no estás solas manita, yo reúno más si te falta más dinero, tú no estás sola, cuídate… no bebas mucho… por favor, no bebas mucho. Por favor”. La abracé fuerte, lloramos. Ella con el escándalo genuino de quien no se contiene nunca y yo en silencio, como quien siempre ha sido la que contiene la emoción.

Miré a mi sobrina que me observaba, ingenua y bebé. Los miré a todos y salté al vacío. Simplemente me fui y el 10 de febrero del 2018 pise tierra española, mi amiga vive en Tetuán, en un piso 3...
El número 3 simboliza la expansión; son mentalmente ágiles, sensibles, talentosos, humanos y con un buen sentido del humor. Espontáneo, encantador y narcisista a la vez.


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Comentarios

Unknown ha dicho que…
Mi favorito sin duda alguna! Me he metido en la historia hasta sentir el pesar y es que llevas a los sentimientos a sentirte. Me haces llorar y ganar fuerzas cada vez que lo leo...

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