CANSADA


De los amores en retazos,
de tus diestras excusas,
de tus ataques ansiosos,                    
de la pastilla.

De ser abusada y no amada;
de ser abusadora y no amante,
de la cadena invisible de tu maldita compasión.

Me toca el hastío en las entrañas.
Me retuerce el estómago
la injusticia de pender de besos inestables…
baldíos, pero jodidamente necesarios.

Te he visto tantas veces suplicar
y quiero que entiendas que, según mis cuentas,
tu  dolor  no bastará para sanarme.

Que no soy tan buena, ni tú tan loca.
Que no sé jugar al amor con banderitas blancas.
Que me quiebro en ti y me corto en tu recuerdo.

Tantas veces ensayando el adiós:
esa bala que no quiero dispararte,
no por piedad —no te confundas—
Es que me acostumbré al hábito de verte sangrar mi nombre,
y curarte de mí cada tanto,
pero me cansa.

No creas que no me canso de vengarme.
No creas que no hay culpa en mi perversión.
No creas que en este sótano
que construimos para secuestrar nuestras certezas
soy feliz sólo porque yo tengo la llave.

A mí también me duelen las manos y los peluches quemados.
A mí también me lastima tu llanto y el mío…
y el “auxilio” que el vecino no alcanza a escuchar.
A mí también me parten tus partes y las mías.

Ya no tolero el olor a sangre y la nostalgia;
no me soporto en ti.

Porque, es verdad: yo tengo la llave, pero tú eres el sótano
y las dos nos estamos muriendo.

Llama a emergencia y diles
que alguien nos secuestró entre mis palabras y tu pecho
y que han pasado tres años sin que miremos la luz.


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