EL NIÑO
Me monto en el metro, un niño con discapacidad se le queda
viendo a un hombre calvo, el niño tendría diez años, las manos y los pies las
tenía como el país: torcidos. Gritaba sin mayor coherencia, el hombre calvo
estaba sentado e intentaba esquivarlo. El niño reía mientras le sacaba la
lengua de forma lasciva, sí; era una imitación, algo que parecía hacer cada cuánto.
Sí; un niño de diez años sacaba la lengua de forma lasciva. Se fue acercando
entre besos, prácticamente se abalanzó sobre el señor que, confuso, no
encontraba que hacer. El niño logró besarlo en la frente y volvió por la boca
del señor; éste, enfurecido, lo empujó: "Qué te pasa carajito, quédate
quieto". El niño cayó al suelo, el señor sintió culpa, el niño siguió
riendo. Insistía en el señor calvo al que le beso la frente. Otro señor lo agarró,
él seguía lanzando besos y sacando la lengua.
Él quería sacar la lengua. Insistía entre beso y beso; era
un niño de diez años, con discapacidad, harapiento, curtido, solo. El señor
calvo que el beso en la frente argumentaba: “Coño, lo empujé porque son otros
tiempos pana, ¿qué sé yo si tenía una vaina?”. Sus dos amigos se reían de él:
“Marico, se enamoró el carajito de ti”; “¡chamo, coronaste!, hasta beso y todo,
marico”. Una señora sacó al niño del vagón mientras otro comentaba: “Sí,
sáquenlo. Va a terminar jodido si sigue buscando un beso”.
La imagen fue dolorosa… como lo curtido del metro, como lo
cansada que esta nuestra piedad; pero la imagen de ese niño con discapacidad,
harapiento, curtido y solo que quería un beso en la boca y sacaba la lengua para
pedirlo, es sólo la punta del Iceberg de todas las imágenes que lo llevan a
estar así en el metro, porque este señor calvo sólo lo empujó y apenas empezaba
la tarde…
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